Despierte hoy de nuevo con apagón.
Me recordé los días y noches en un pueblo indígena de Colombia, que se moría poco a poco. Pero era distinto, había la poesía de los colores que mismo el negro negro de la noche no parecía tan negro, las baladas rancheras de miles de insectos saliendo de fiesta hasta el amanecer y durante el día las voces llamando y los gritos inconscientes de los pocos niños que sobrevivían.
Aquí el negro de la noche es más negro que el negro. Está sublineado por unas luces de un coche pasando corriendo, como si huía, diseñando los contornos improbables de un imenso hueco negro. Y no siento ninguna alegría en los ruidos pesados de las plantas eléctricas que mantienen la pobre ilusión que todo sigue igual. Sólo me recuerdan que nadie es igual.